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Calle Corrida 8, Miguel García de la Cruz. 1905 (hoy bajo andamios) |
Pasando de puntillas sobre este tema del que tanto se ha escrito, en estas letras, animo a todo el que camine por las calles de Gijón, a que se tome un instante en mirar al cielo. En el trayecto que recorren los ojos a las nubes, encontrará gigantes de piedra, ladrillo, hierro y azulejo, que ven pasar en silencio, los años y la vida por sus caras, o al menos, los que el espíritu del desarrollismo en su afán constructivo y renovador, dejó en pie.
Pongámonos en ambiente. Hace poco más de un siglo y medio, Gijón era una villa marinera en plena expansión, algunas zonas ya apuntaban maneras de ciudad y sus calles eran un hervidero de gentes de todo tipo. Incluso una coplilla definía a Gijón como el “Londres Chiquito”, salvando las distancias, imagino.
Las fortunas y antiguos linajes locales, los nuevos industriales venidos de tierras lejanas y los conocidos como “indianos”, de vuelta a casa tras la aventura americana y la pérdida de las colonias, eran la fuerza pujante del progreso gijonés. La parte menos favorecida de esta fuerza, estaba formada como contrapunto, por las familias de obreros, locales y foráneos, que se buscaban la vida trabajando en las incipientes y exitosas fábricas.
1890 cubre de asfalto los caminos y calles de la villa, los hogares comienzan a contar entre sus instalaciones, con agua y luz eléctrica, que también alumbra los paseos y calles. Avances que arrojan luz a muchos ámbitos de la vida, también a la cultura y el conocimiento, con la creación de Escuelas y Academias. Un Gijón de nuevos bancos, hoteles, almacenes, sociedades mercantiles, teñido de humo de chimeneas de fábricas textiles, alimentarias y siderometalúrgicas, estaciones de ferrocarril y minas de carbón, y desde 1880 un nuevo puerto, “El Musel”.
1900 es un momento cumbre, sin vuelta atrás, el proceso de industrialización que ya previó Jovellanos se hace cada vez más notorio.
Semejante panorama hizo coexistir en el tiempo, la construcción de estos solemnes edificios y las modestas ciudadelas. Dos estilos de vida opuestos y a la vez complementarios, daban forma a las nuevas calles del ensanche urbano, en su camino de unión con el medio rural.
1900 es un momento cumbre, sin vuelta atrás, el proceso de industrialización que ya previó Jovellanos se hace cada vez más notorio.
Semejante panorama hizo coexistir en el tiempo, la construcción de estos solemnes edificios y las modestas ciudadelas. Dos estilos de vida opuestos y a la vez complementarios, daban forma a las nuevas calles del ensanche urbano, en su camino de unión con el medio rural.
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Arriba: Ciudadela de Celestino Solar, Capua. Abajo: Balneario de las Carolinas. Izq.: Restos conservados del Balneario. |
Mientras los obreros se hacinaban en casas de escasos metros cuadrados de ciudadelas, patios, callejones, donde la mayoría de los habitantes compartían única letrina y lavadero que abastecía a todo el complejo, a escasos metros, la auto complacida burguesía, tomaba baños en época estival en los balnearios de las Carolinas, La Favorita o La Sultana en las orillas de San Lorenzo, cuyo objetivo era hacer de Gijón una ciudad balnearia de moda.
Y para llegar a tal pretensión, el centro ciudad estaba inmerso en un proceso de renacimiento, como la crisálida que se convierte en mariposa. La pudiente burguesía empezó a necesitar un mundo creado a su medida, lo que propició una ampliación de la trama urbana y una remodelación urbanística bajo el influjo de los nuevos aires y estilos.
El proceso de transformación dota a la ciudad de paseos por los que disfrutar las tardes, nuevas calles repletas de cafés, hoteles, teatros, espectáculos de entretenimiento, mercados cubiertos, comercios o servicios acordes a la nueva cultura burguesa, pero sobretodo, y como medio de representación e inversión, los edificios de viviendas de nueva planta, para disfrutar en propiedad o amortizar en alquiler, evidenciando a la vez su poderío económico y social.
Los antiguos caseríos tradicionales, ya no satisfacen a una sociedad, que pasa a residir en espléndidas villas o edificios de vecindad, construidos con varias alturas, dotados con las mayores comodidades de la época, que no solo eran lujosos hogares, sino que al exterior era plena muestra de la pujanza, carácter y condición de la familia que las encargaba. Un deseo de trascendencia encarnado por sus viviendas.
Y claro, para tan importante encargo, la mano del arquitecto era fundamental para dar forma al nuevo estilo de vida burgués. Y es que el Gijón comienzos del siglo XX, se convierte en un crisol de estilos, donde el modernismo, predominante en la época, convive con otras tendencias regionales, eclécticas o neo-historicistas. La mayor concentración de obras de esta época se concentra en las calles Cabrales, Capua, Covadonga, La Muralla, Corrida, Jovellanos, Instituto, Moros, Munuza, Trinidad y San Bernardo.
Y para llegar a tal pretensión, el centro ciudad estaba inmerso en un proceso de renacimiento, como la crisálida que se convierte en mariposa. La pudiente burguesía empezó a necesitar un mundo creado a su medida, lo que propició una ampliación de la trama urbana y una remodelación urbanística bajo el influjo de los nuevos aires y estilos.
El proceso de transformación dota a la ciudad de paseos por los que disfrutar las tardes, nuevas calles repletas de cafés, hoteles, teatros, espectáculos de entretenimiento, mercados cubiertos, comercios o servicios acordes a la nueva cultura burguesa, pero sobretodo, y como medio de representación e inversión, los edificios de viviendas de nueva planta, para disfrutar en propiedad o amortizar en alquiler, evidenciando a la vez su poderío económico y social.
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Chalet de Ladislao Menéndez, situado en la Plaza de Europa, antes Paseo del Velódromo, proyectado en el año 1907 |
Y claro, para tan importante encargo, la mano del arquitecto era fundamental para dar forma al nuevo estilo de vida burgués. Y es que el Gijón comienzos del siglo XX, se convierte en un crisol de estilos, donde el modernismo, predominante en la época, convive con otras tendencias regionales, eclécticas o neo-historicistas. La mayor concentración de obras de esta época se concentra en las calles Cabrales, Capua, Covadonga, La Muralla, Corrida, Jovellanos, Instituto, Moros, Munuza, Trinidad y San Bernardo.
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Calle Cabrales 18. Edificio de viviendas para Celestino García López. 1902. Manuel del Busto. |
Ejemplo claro es el nº18 de la calle Cabrales. Lleva más de un siglo desafiando al mar, con mayor o menor suerte a lo largo de los años. Obra de Manuel del Busto, se trata de un encargo de Celestino García López, que recientemente había comprado el solar en la primavera de 1902, antes ocupado por la antigua casa rectoral de la parroquia de San Pedro.
Toma influencias del modernismo belga, y sigue los preceptos de Ruskin y Morris, precursores de las Arts and Crafts británicas, al ser concebido como una obra de arte total. Entre otros detalles, podemos ver como los clípeos de la zona baja con rostros femeninos se inspiran en las contemporáneas mujeres del imaginario de Alphonse Mucha. A lo largo de sus más de 100 años, ha visto su piel resquebrajarse y caerse por el efecto del mar, llegando a perder muchas de sus cornisas y molduras decorativas. Hoy día luce una nueva cara renovada, bastante acertadamente, diferenciando sus zonas originales de los añadidos en colores neutros en su rehabilitación, aunque nunca ha vuelto a recuperar su magnífica cúpula mirador original.
Sin movernos de la misma calle, en el Nº43, un año antes en 1901, Mariano Marín se hacía cargo del proyecto de esta vivienda de dos plantas para D. Eduardo Menéndez, que destaca por su decoración vegetal, voluptuosa, modernista, surcada por líneas curvas y de marcado carácter femenino, reforzado por la columna que versiona las cariátides de templos griegos, pero de estilo modernista, de largos y ondulantes cabellos.
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Calle Cabrales 43, 1901. Mariano Marín. |
Sin movernos de la misma calle, en el Nº43, un año antes en 1901, Mariano Marín se hacía cargo del proyecto de esta vivienda de dos plantas para D. Eduardo Menéndez, que destaca por su decoración vegetal, voluptuosa, modernista, surcada por líneas curvas y de marcado carácter femenino, reforzado por la columna que versiona las cariátides de templos griegos, pero de estilo modernista, de largos y ondulantes cabellos.
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Calle Cabrales 82. Antonio Suardíaz. |
Dos edificios bisagra entre la villa y la ciudad que hoy conocemos. Y otros muchos que por extensión quedan fuera de este vistazo a grandes rasgos del panorama gijonés de comienzos del siglo pasado.
Lo que está claro es que jamás hubiera sido posible sin los pujantes clientes, los maestros arquitectos y sobretodo el momento histórico-cultural en el que se cruzaron sus destinos.
Lo que está claro es que jamás hubiera sido posible sin los pujantes clientes, los maestros arquitectos y sobretodo el momento histórico-cultural en el que se cruzaron sus destinos.
Adelaida Rodríguez Miguélez
Bibliografía
- Ciudadelas, patios, callejones y otras formas similares de vida obrera en Gijón (1860-1960). Luis Miguel Piñera. Ayuntamiento de Gijón. 1997.
- Gijón 1900: La arquitectura de Mariano Marín Magallón. Héctor Blanco González, Libros del Pexe. 2004.
- Ave Fénix. La recuperación del edificio de la calle Cabrales nº18 de Gijón, Héctor Blanco. ARP Promociones, 2006.
- El Gijón de Manuel del Busto. Guía de arquitectura. Ateneo obrero de Gijón. 2000.
- Rutas y paseos el modernismo en Gijón, Natalia Tielve. http://www.gijon.info/multimedia_objects/download?object_id=169544&object_type=document