Hasta las primeras décadas del siglo XIX en las que empezó a desarrollarse la Historia del Arte como disciplina, el análisis, catalogación y estudio de las obras de arte estaba en manos de los artistas (fundamentalmente de los pintores) y de los “connoisseur”. Estos últimos eran aficionados al arte, procedentes de la élite intelectual y social, muchos de ellos con títulos nobiliarios, pertenecientes a oficios tan diversos como la política, la medicina o el derecho. Obviamente eran los únicos que tenían capacidad económica para formarse y viajar. Basaban sus juicios en su intuición, conocimientos y gustos personales. Con el tiempo los historiadores del arte fueron desentrañando las vidas de los artistas y el contexto en el que vivieron a través del análisis de las obras, pero sobre todo con horas y horas de estudio en bibliotecas y archivos. Poco a poco se han ido perfilando escuelas, estilos, cronologías etc.Sin embargo la destrucción de numerosos archivos a lo largo de los siglos impide muchas veces seguir ciertas líneas de investigación. Por otra parte el ojo humano llega hasta donde llega -incluyendo la subjetividad del que mira- e incluso el estado de conservación de las piezas supone en ocasiones que se llegue a conclusiones erróneas en base a lo que se percibe en superficie.
Por ello, actualmente, la tecnología está adquiriendo cada vez un mayor protagonismo en el estudio de los objetos artísticos antiguos. Las técnicas utilizadas hoy en día surgieron del mundo de la medicina y pronto se comprobó que podían ser grandes aliadas en la conservación, estudio y restauración de las obras de arte. Pero hoy se ha ampliado esta utilidad y están resultando vitales a la hora de investigarlas en profundidad.
Detalle de la reflectografía infrarroja del Descendimiento de Van der Weyden. Museo del Prado. Pueden apreciarse los trazos del dibujo subyacente no visibles en superficie.
Los estudios técnicos (aquí nos referiremos específicamente a la pintura, pero se está aplicando a todo tipo de objetos históricos) tienen fundamentalmente dos rendimientos. Uno de carácter crematístico vinculado al mercado del arte y otro más científico, relacionado con el estudio e investigación que todo museo está obligado a hacer de sus propias colecciones.
En el primer caso podemos citar una reciente noticia aparecida en el periódico El País de 12 de mayo de 2015 en el que un grupo inversor –en el que se encuentran españoles- asegura poseer una Madonna de Leonardo da Vinci que pretenden autentificar. La opinión de los más reputados especialistas mundiales no es suficiente. Hay que descartar ante todo que se trate de una falsificación o una copia antigua y recurrir a otras vías: análisis químicos, datación por radiocarbono, reflectografías de infrarrojos etc. suponiendo todo ello unos gastos iniciales de 15000 euros. Una nimiedad en comparación con el valor económico que podría alcanzar de ser aceptada como una verdadera obra del maestro italiano. La última pintura a él atribuida se vendió por 214 millones de euros, en un mercado, el del arte, que mueve en el mundo anualmente unos 54000 millones de euros.
Por otro lado está la labor investigadora de los museos. Al día de hoy, los más importantes poseen un gabinete de documentación técnica. El avance de las técnicas y la sofisticación de las máquinas de última generación están sacando a la luz las “entrañas” de las obras, permitiendo profundizar en ellas hasta límites antes insospechados. Gracias a ello se puede conocer el proceso de creación de la obra, su origen, si la pieza es un original, una réplica, una copia o una falsificación; la posible intervención de una o varias manos en su ejecución, las variaciones de composición, los dibujos subyacentes, la utilización o no de calcos o plantillas, la modificación de los formatos, el origen de las maderas o los lienzos que sirven de soporte etc.
La Gioconda o Mona Lisa. Taller de Leonardo da Vinci. Museo del Prado.
Tremendamente útiles están siendo, por ejemplo, en el ámbito de la pintura sobre tabla las reflectografías infrarrojas y los análisis dendrocronológicos. Con los infrarrojos están surgiendo, entre otros elementos, los dibujos que previamente hacía el pintor sobre la superficie a pintar antes de la aplicación del color. Esta cuestión que en principio parece que no deja de ser una mera curiosidad, es sin embargo de enorme interés puesto que de muchos artistas, sobre todo los más antiguos, no se ha conservado dibujo alguno y los dibujos, muchas veces infravalorados, no dejan de ser el testigo más puro del trabajo del artista, donde se manifiesta más libre y donde plasma sus primeras “ideas”. Como ejemplo de los avances que puede suponer esta técnica podemos mencionar la confrontación que se hizo entre los infrarrojos de la Gioconda del Museo del Louvre y la del Museo del Prado. Gracias a ello pudo deducirse que esta última la hizo un pintor dentro del taller de Leonardo, con el original delante suyo y viendo al maestro como lo iba ejecutando, porque en la copia del prado hay exactamente las mismas correcciones que Leonardo iba haciendo poco a poco mientras pintaba su célebre cuadro. Y nada de esto es detectable o deducible viendo simplemente la superficie pictórica.
Vieja mesándose los cabellos. Actualmente atribuida a un seguidor de Quinten Massys. Museo del Prado.
La dendrocronología no es menos fascinante. Permite analizar la madera, determinando su procedencia geográfica, el tipo de árbol, la antigüedad en base a los anillos de crecimiento y el momento en que fue cortado. Es decir, nos da una aproximación extraordinaria a los años en los que una pintura sobre tabla fue realizada. Pongamos un ejemplo para entender la trascendencia que esta técnica puede suponer a la hora de estudiar una obra. En el año 1964 el Museo del Prado adquiría “Vieja mesándose los cabellos” como obra original de Quinten Massys, pintor fundamental de la escuela flamenca, que vivió entre 1456 y 1530. La obra procedía de una importante colección española y sobre su autoría no existía unanimidad entre los especialistas. Recientemente Teresa Posada, conservadora del Museo del Prado, ha revelado los resultados de la dendrocronología, que ha actuado como un verdadero juez, sentenciando que el año de ejecución más temprano de la obra fue 1547 y a partir de 1553 como fecha más probable, es decir, nunca pudo haberla pintado Massys porque estaba muerto. Ahora se cataloga como de “seguidor de Quentin Massys”.
Por razones de espacio nos dejamos en el tintero otras muchas técnicas: rayos X, rayos ultravioleta, análisis químicos; pero esperamos que con estas breves pinceladas pueda hacerse el lector una idea de la importancia que tienen hoy en día. Sin embargo la información obtenida gracias a la tecnología no tiene por sí misma valor, pues los resultados han de ser interpretados –algo no siempre fácil- y compatibilizados con los habituales procedimientos de diagnóstico estilístico, por lo que el ojo humano y los métodos de investigación tradicionales siguen siendo fundamentales.
Jorge Belmonte Bas
Quiero saber más:
- Noticia de El País: El laberinto de autentificar un “Leonardo”
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/05/11/actualidad/1431369107_613407.html
- Conferencia de Jaime García-Máiquez del Gabinete de Documentación técnica del Museo del Prado “La investigación técnica. Aportaciones a la Historia del Arte y la restauración”
https://www.youtube.com/watch?v=0aPXE1z8MJU&index=6&list=PL8S8EUbs69xKUtLuQmJ6daSeFuEmxn9cn