Dada de la importancia que reviste la catalogación de la Sierra de Tramontana como “Paisaje Cultural” parece escaso el eco que esta declaración ha tenido en los medios de comunicación nacionales, más allá de las “fronteras” (entiéndase, naturales) del territorio balear.
A este aparente “desconocimiento” de la realidad insular, se añade otra cuestión que ha sido, en buena medida, la causa que ha impulsado a quién escribe estas líneas a abordar el tema: la iniciativa promovida desde el Gobierno Central de realizar sondeos petrolíferos en las costas baleares. Parece evidente que, de llevarse a cabo tales prospecciones, el impacto ambiental no solo para el ecosistema marino sino para la costa podría tener nefastas consecuencias.
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Vista de la Sierra de la Tramuntana (Palma de Mallorca) |
Cabe preguntarse entonces, ¿de qué sirve que la UNESCO declare Patrimonio de la Humanidad la Sierra de Tramontana o que, la isla de Ibiza ostente asimismo la categoría de Bien Cultural y Paisajístico si, determinados mandatarios tienen en el horizonte instalar una plataforma petrolífera entre ambas islas?. Me propongo pues, en las líneas que siguen, abrir una ventana a ese paisaje a través de las imágenes que de la Sierra de Tramontana nos han ido dejando los numerosos artistas que, desde el siglo XIX han recalado en la isla y han sucumbido ante la magia que esta cordillera irradia, apelando a esa capacidad transformadora que tiene el arte como argumento en pro de su preservación.
Situada en las abruptas laderas de una cadena montañosa paralela a la costa noroccidental de la isla de Mallorca, la Sierra de Tramontana fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2011. Se trata de un monumental ejemplo de cómo el hombre, durante siglos, ha sido capaz de respetar este singular ecosistema, adaptando sus construcciones e integrándolas en el paisaje sin estridencias: las laderas de las montañas han sido moldeadas en terrazas para el cultivo de olivos, naranjos y almendros, y la arquitectura de los pueblos que en ellas se asientan han adoptado el perfil de las mismas.
El viajero que sobrevuela por vez primera la isla de Mallorca, experimenta – no sin cierta sorpresa – una sensación de sobrecogimiento si, el piloto de turno irrumpe en el espacio aéreo isleño desde el Cabo de Formentor (Pollença) y recorre toda la Sierra de Tramontana de norte a sur en su aproximación al aeropuerto palmesano. Esa percepción de lo sublime ante lo abrupto de la cordillera, las vertiginosas caídas de sus laderas en forma de acantilados y el incesante romper de las olas contra los mismos, se ve aumentada exponencialmente si uno la sobrevuela a la hora del ocaso en un día despejado.
El viajero que sobrevuela por vez primera la isla de Mallorca, experimenta – no sin cierta sorpresa – una sensación de sobrecogimiento si, el piloto de turno irrumpe en el espacio aéreo isleño desde el Cabo de Formentor (Pollença) y recorre toda la Sierra de Tramontana de norte a sur en su aproximación al aeropuerto palmesano. Esa percepción de lo sublime ante lo abrupto de la cordillera, las vertiginosas caídas de sus laderas en forma de acantilados y el incesante romper de las olas contra los mismos, se ve aumentada exponencialmente si uno la sobrevuela a la hora del ocaso en un día despejado.
En esa sensación, casi hipnótica, puede que estribe en buena medida el por qué ya desde el siglo XIX, su encanto no pasó inadvertido a los viajeros, escritores, músicos y artistas que recalaron en la isla, movidos la mayor parte de las veces por el deseo de hallar lo más parecido a una Arcadiaen unos años en los el advenimiento de “modernidad” era ya un hecho prácticamente consumado.
Entre los primeros “viajeros ilustres” que recibió Mallorca se encuentran el compositor polaco Frederic Chopin (1810-1849) y su pareja, la escritora George Sand (1804-1876), quiénes se establecieron entre 1838 y 1839 en una de las pequeñas localidades que se asientan en la Tramontana, Valldemossa. Más adelante, llegarían a la isla los primeros catalanes, Pau Piferrer y Francesc Parcerisa con el fin de preparar el volumen monográfico dedicado a Mallorca dentro de la serie Recuerdos y bellezas de España (Lladó, 2006, p.28).
De este modo, daba comienzo un incesante goteo de viajeros que iría in crescendo a medida que avanzara el siglo. En este sentido, la visita del Archiduque Luis Salvador de Austria en 1867 y la posterior publicación de su obra Die Balearen constituiría un punto de inflexión en la difusión y el conocimiento de las islas. Die Balearen obtuvo la medalla de Oro en la Exposición Internacional de París en el año 1878. De ahí que, la llegada de artistas en las décadas sucesivas se produjera en buena medida desde la capital del Sena.
Entre los artistas de mayor prestigio del cambio de siglo que experimentaron gran fascinación por la Sierra de Tramontana y, capturaron en sus lienzos numerosas instantáneas de sus paisajes, se encuentran Santiago Rusiñol (1861-1931) y Joaquim Mir (1873-1940), quién se instaló en Sa Calobra. Pero para Rusiñol no sería suficiente con captar la esencia de la isla en sus lienzos y, recogió por escrito su experiencia en Mallorca, a la que denominaría “isla de la calma”, calificativo que, actualmente forma ya parte de nuestro imaginario colectivo.
Pocos años después, otro pintor catalán – Hermen Anglada-Camarasa (1871-1959) – pondría rumbo a la isla tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, acompañado de algunos pintores americanos de su círculo de discípulos parisino. El impacto que la Tramontana le causaría le llevaría a convertir el paisaje en la temática casi exclusiva de sus pinturas durante su estancia insular. Se trata de uno de los artistas que trabó un vínculo más fuerte con la Sierra pues no en vano, se establecería en Pollença, un pueblecito situado entre el Cabo de Formentor y el Cabo del Pinar, dónde trabajaría y retrataría en numerosas ocasiones ese paisaje montañoso junto con sus seguidores Tito Cittadini, Roberto Ramaugé y Roberto Montenegro, entre otros.
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Fotograma del documental “Anglada Camarasa i la llum de l’illa” de Agustí Torres, en el que aparece el artista catalán inmortalizando la Tramontana “à plein aire”. |
Mucho más breve fue, sin embargo, el paso de Joaquín Sorolla (1863-1923) por Mallorca en el verano de 1919. No obstante, para un artista en cuyas obras la captación lumínica era una de sus preocupaciones esenciales, parece evidente que no dejaría escapar en su estancia mallorquina la oportunidad de capturar en varios lienzos la costa norte de la isla.
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Joaquín Sorolla, Helena en la Cala de San Vicente (Mallorca), ca. 1919, óleo sobre lienzo, 81 x 105 cm, Madrid, Museo Sorolla (Inv. 01263). |
Tras este inicial proceso de descubrimiento de la Tramontana por parte de estos primeros viajeros del “fin de siècle”, a lo largo del siglo XX, tanto la Tramontana como la isla de la calma continuarían siendo motivo de inspiración para numerosos artistas y literatos, quiénes recogerían en sus obras las impresiones emanadas ante su contemplación, contribuyendo así a codificar y a perpetuar en nuestro imaginario colectivo la imagen de la Sierra. Así, estas imágenes de la Tramontana, muchas veces imbuidas de un cierto halo romántico en el sentido decimonónico de la palabra, constituyen por sí mismos un argumento de peso, así como de legitimación histórica de este paisaje cultural, que debería llamar nuestra atención sobre la importancia de su preservación. En palabras del propio Rusiñol:
“Aquestes illes, damunt del blau, ja la Mare Naturalesa les deu haver voltades d’aigua perquè el Continent no les embruti. Són bocins del nostre planeta que encara els homes no han fet malbé. Terres verges de lletgesa, perquè hi puguin niar els poetes”. "Estas islas, encima del azul, ya la Madre Naturaleza las debió haber rodeado de agua para que el Continente no las ensucie. Son pedazos de nuestro planeta que aún los hombres no han estropeado. Tierras vírgenes de fealdad, para que puedan anidar en ellas los poetas". Santiago Rusiñol, L’illa de la calma, 1913 Margarita Ana Vázquez Manassero Quiero saber más: |
- Documental “Anglada Camarasa i la llum de l’illa” de Agustí Torres: http://lallumdelilla.agustitorres.com/
- Lladó Pol, Francisca: Pintores argentinos en Mallorca (1900-1936), Palma de Mallorca, Lleonard Muntaner Editor, 2006.