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La cultura del consumismo/ Vivir con menos.

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"El capital quiere hacernos creer que somos lo que vendemos. Pero somos lo que regalamos" (Jorge Riechmann)
“Entre lo que sabemos y lo que podemos hacer hay una brecha que no sabemos cómo superar” (Zygmunt Bauman)
“Los huertos urbanos y los grupos de consumo llevan la soberanía alimentaria a la práctica” (Esther Vivas)


   Incluso a riesgo de generar ecofobia me aventuro con algunas reflexiones sobre ecologismo, responsabilidad ciudadana y la cultura del consumismo. Y digo ecofobia o incluso “ecofatiga”, término que utiliza con exquisito acierto Jorge Riechmann cuando hace referencia a lo que se conoce como el “ecologista coñazo” cuando la respuesta del otro interlocutor es algo así como “ya sé que nos estamos cargando el planeta pero déjame en paz que bastante tengo.”

Tomates ecológicos cultivados en un huerto urbano.
La cara del que tienes enfrente cuando hablas de reutilizar, segunda mano, cooperativismo, slow food…en ocasiones es especialmente disuasoria para que uno se replantee su discurso y abandone el empeño, no de convencer al otro de complicadas teorías apocalípticas, sino de compartir modos de vida sencillo. Pero cuando uno ha dado el paso en firme de cambiar su vida lo que más demuestra es resistencia primero para sí y luego para quitarse la vergüenza contra susceptibilidades ajenas. No se trata de sumar adeptos es una cuestión de compartir tranquilidad.
Si te levantas por la mañana y sientes que no tienes nada de que ponerte, como si algún extraño suceso hubiese aniquilado toda tu ropa de la faz de tu armario, quizá te interese este artículo. Si miras tus cosas con cierta obsolescencia programada y predices que tarde o temprano cosas que usas hoy mañana no las usarás puede que sepas de lo que hablo.
Y es que tu cabeza te susurra, primero te lo dijo la publicidad, que tu móvil está desfasado. El uso de las redes sociales exige nuevos artilugios más intuitivos y futuristas, todo es táctil y terriblemente excitante y hay que estar a la última para no quedarse atrás. Si alguien lleva un móvil anticuado hacemos obscuros juicios de valor (aunque se los neguemos a nuestra conciencia) sobre la absurda manía de nuestro amigo el cutre por no adaptarse a la tecnología.
Todo caduca rápido y la mayoría de los alimentos se envasan ocupando espacios pequeños con tres mil etiquetas llamativas que nada nos dice sobre su verdadera trazabilidad. Gastamos infinidad de plásticos para hacer una ensalada con tomates que han viajado desde lejanos invernaderos y no saben a nada. Protestamos por la crisis pero nos gusta comprar en las grandes superficies dejando a un lado a ese pequeño comercio o a jóvenes emprendedores que apuestan por lo local, por lo slow y por lo ecológico, que no viene a ser otra cosa que apostar por lo tradicional. Porque cuando acudimos a un centro comercial pensamos que de una salimos de todo y nos sentimos muy cansados para desobedecer convencionalismos o hacernos el rebelde alternativo a las ocho de la tarde cuando lo que se nos ofrece es aparentemente ahorro de tiempo y felicidad.

Semillero de un huerto urbano. 
 Sale más caro consumir ecológico dicen algunos, otros se justifican con la tan ajada falta de tiempo de la que hablabamos. Y es que las prisas verdaderamente matan, matan con el aquí y ahora, la inmediatez de las comunicaciones que hacen que estés localizable para tu jefe casi las 24 horas del día, matan esos 140 caracteres que caducan de inmediato y hacen corto lo que a veces precisa de más palabras...Pero ninguna de las escusas acerca del tiempo o del precio son del todo acertadas. Os aseguro que las cebollas tiernas del Mercadona son más caras que las que compro en un mercadillo ecológico directamente al agricultor. En muchos casos lo que verdaderamente amortigua los ánimos de los escépticos es la pura falta de información acompañada con una clara desmotivación por este tipo de asuntos. Una especie de letargo capitalista.
Estamos empachados de drama, y nos acomoda más pensar que lo que habla aquella chica sobre el ecologismo son puras excentricidades que no van conmigo, o que lo que aquel otro dice sobre el cambio climático o un mundo limitado son exageraciones cuando hay cosas más importantes en la que pensar y así justificamos nuestra propia inacción.
Pero la realidad es que todo tiene un coste ambiental, cultural y social y que además influye en nuestro bienestar personal y en nuestra salud. Y lo sabemos, otra cosa es que durante la mayor parte de nuestro agotador día queramos admitirlo.
Pero cambiar de móvil para acceder mejor a twitter tiene que ver directamente con que niños en El Congo sufran e incluso mueran por conseguir el coltán que nos da esas 18 horas de autonomía digital. Así de tremendo y así de duro es el negocio del mineral de nuestros móviles y restos de dispositivos. Igualmente comprar los tomates insípidos implica desproteger a los agricultores que apuestan por fomentar una agricultura tradicional, ecológica y amiga del paisaje. Sabemos, mucho se ha hablado de esto, ya Naomi Klein en su maravilloso libro sobre las marcas “No logo” contaba cómo las zapatillas deportivas que todos aspiramos tener están hechas a costa del trabajo malpagado y semiesclavista en otra parte del mundo. Se han seguido escribiendo libros, haciendo documentales desde 2.000, año de publicación de No Logo. Lo sabemos y no nos importa, porque nos decimos que nada podemos hacer para evitarlo.
Y nos mentimos hasta el agotamiento con una inocuidad que asusta. Llegamos incluso a estudiar carreras bonitas y excitantes y a especializarnos sobre la conservación del patrimonio o la red natura, por decir algo, y luego demostramos una absoluta incapacidad en la gestión diaria de nuestro consumo, la gestión de nuestros residuos o del propio tiempo. Somos capaces de formar toda una conciencia social que nos lleva a indignarnos con la situación de crisis, con la actitud de las entidades bancarias o los políticos, y sin embargo no renunciamos en cuanto podemos a esos caprichos de clase que nos hacen más felices. Porque de eso se trata…de la felicidad.
Y en mitad de todo este baile de ideas, un día, hace relativamente poco, leí un artículo sobre una chica neoyorkina que no producía basura desde los últimos dos años y me cambió de nuevo mi manera de ver las cosas cotidianas. Llevaba años consumiendo ecológico desde la comida a la cosmética y los productos de limpieza pero eso no me hacía más verde ni más eficiente en la gestión de mis residuos. Tenía la casa llena de embases, plagada de trastos y siempre tenía la sensación de que me faltaba algo. Al vivir tan deprisa y no tener tiempo para parar abusaba de los precocinados y no tenía miramientos para comprarme determinada prenda de ropa (fabricada y producida bajo criterios nada éticos ni ecológicos) si el día antes de salir de viaje las prisas, según mi antigua interpretación, justifican comprarme esa prenda que a buen seguro estaría en mi casa bajo otro montón de cosas perdidas. Vivía inventando necesidades a las que pintaba de verde, pero necesidades al fin y al cabo.
¿Y qué hacemos entonces? Pues os cuento lo que a mi me sirve, que no implica que sea lo que necesariamente valga para otro, mis elecciones se basan en lo que mi conciencia puede soportar. Os pongo un pequeño ejemplo, en mi caso prefiero que los huevos sean ecológicos y como mínimos camperos, veo el etiquetado de dentro y de fuera y me aseguro que ese dinero que invierto no costea condiciones indeseables para el bienestar animal. Esto lo llevo haciendo años porque la diferencia en precio entre unos huevos procedentes de gallinas enjauladas y otras en suelo no llega a ni una cerveza y teniendo en cuenta que para pedir una o dos cervezas no pongo escusas ni reflexiones profundas sobre mi capacidad económica como consumidora no voy a hacerlo para algo tan sencillo, pero entiendo que no a todo el mundo le importa cómo viven las gallinas.

Foto, tarros de cristal. La reutilización de tarros de cristal como alternativa de almacenamiento.
Desde hace algún tiempo también me intereso por su procedencia, cuanto más cerca estén las gallinas, mejor. Y desde hace unos meses si los huevos están envasados en plástico no los compro, ni los huevos ni ningún otro producto. Al menos lo intento. Estoy en proceso de aprendizaje y de adaptación para reducir los residuos que produzco. Uso cristal para guardar las cosas y apuesto por el consumo local, a granel y cooperativista. Tengo un portalimentos de acero y un termo ochentero que recuperé de mi madre para llevar las cosas cuando tengo que comer fuera. No uso estropajos de usar y tirar y hago mi propio detergente. Limpio básicamente toda mi casa con vinagre, limón y bicarbonato. Y hace meses que tampoco compro desodorante y lo hago yo misma de forma muy sencilla. Estoy ahorrando dinero, mi casa está más despejada, apenas tengo que bajar basura a reciclar, la mayoría es orgánica (lo próximo es hacer mi propio compostaje) y noto que camino más ligera por la vida.

Ejemplo de moda sostenible. Una camiseta.
Tengo un huerto ecológico en mi terraza desde hace más de un año y estoy encantada con tocar la tierra y poder consumir productos que yo misma he cultivado. La idea del huerto urbano surgió precisamente en esa búsqueda de coherencia personal con lo que predicaba y la brecha que existía con lo que realmente hacía. Estoy donando ropa, reutilizando mucha de la que ya tengo y si adquiero algún producto a partir de ahora tiene que ser bajo los criterios de comercio justo, tejidos no contaminantes y que proceda de empresas españolas que apuesten por la moda sostenible. Puede parecer muy complicado pero en realidad es todo lo contrario, se llama minimalismo, o vivir con menos.
En una reciente entrevista a Zygmunt Bauman, prestigioso sociólogo de origen polaco, Bauman se pronuncia sobre la cultura del consumismo y las relaciones personales Vivimos en la cultura del consumismo, no es ya simplemente consumo, porque consumir es totalmente necesario. Consumismo significa que todo en nuestra vida se mide con esos estándares de consumo. En primer lugar el planeta, que es visto como un mero contenedor de potencial explotable. Pero también las relaciones humanas se viven desde el punto de vista de cliente y de objeto de consumo. Mantenemos a nuestro compañero o compañera a nuestro lado mientras nos produce satisfacción, igual que un modelo de teléfono. En una relación entre humanos aplicar este sistema causa muchísimo sufrimiento. Cambiar esta situación exigiría una verdadera revolución cultural. Es normal que queramos ser felices, pero hemos olvidado todas las formas de ser felices. Solo nos queda una, la felicidad de comprar. Cuando uno compra algo que desea se siente feliz, pero es un fenómeno temporal.” 
Lechugas, perejil y otras verduras en un huerto en terraza. Alicante
Ante tanto caos consumista surge como consecuencia de la crisis todo un mercado de economía colaborativa donde compartir es la clave para acceder a los productos que necesitamos puntualmente. El trueque o el intercambio se muestra como una verdadera alternativa. Hace poco leí, no recuerdo dónde, que de los millones de taladros que existen en el mundo, eran usados de media a lo largo de su vida útil unos trece minutos. ¿No os parece absurdo?
Apostar por este tipo de economía genera sinergias participativas al igual que los huertos urbanos o de ocio en comunidades de vecinos un sentimiento de colectividad. Todo este tipo de prácticas cotidianas y sencillas, las elecciones de consumo, de reciclaje y reutilización del espacio público y de nuestros propios trastos incide directamente en el paisaje, el medio ambiente y la salud de nuestra comunidad. Y de paso, os lo aseguro, uno se siente más tranquilo, más en paz. Es una lucha contra la individualidad, contra nuestro propio ego capitalista.

Sobre el coltán y el reciclaje de móviles: 

Sobre huertos urbanos:
http://www.ecologistasenaccion.es/IMG/pdf_ManualHuertoAzotea.pdf
Sobre el artículo que leí:
http://ecoinventos.com/no-basura/
http://smoda.elpais.com/articulos/la-neoyorquina-que-consiguio-vivir-sin-generar-basura/5690
El blog de su autora: http://www.trashisfortossers.com/En inglés.
Sobre minimalismo y economía colaborativa:
http://noquierootropijama.com/
Sobre Zygmunt Bauman:
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/01/16/actualidad/1389876142_361606.html
  
Rosa Maria Lorente

  


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